Todos le tenemos miedo, en mayor o menor medida, al enorme potencial de la inteligencia artificial. Incluso el visionario tecnológico Elon Musk aseguró que si no nos preparábamos, la IA podría convertirnos en sus mascotas. ¿Cómo no temerle? Este avance tecnológico tiene el potencial de superar a los humanos en todos los aspectos prácticos.

Las soluciones planteadas por los científicos van desde un desarrollo controlado hasta una fusión entre los humanos y la tecnología. No obstante, recientemente ha surgido un nuevo abordaje que indica que lo que falta para alcanzar todo el potencial de la inteligencia artificial —y hacerlo de manera segura— es desarrollar cualidades más humanas: la empatía, la precepción de sí mismo y un aprendizaje gradual.

Así lo concluyó Mark Lee, autor del libro How to grow a robot. El científico afirma que a través de dos principios se podría lograr que los sistemas de inteligencia artificial se comuniquen de manera amigable con los humanos. Estos dos principios son la teoría de la mente y el aprendizaje físico. La conclusión final del análisis es que un cuerpo físico es esencial para que la tecnología cree empatía. Y por medio de la empatía, se crearían relaciones amigables y duraderas entre humanos e inteligencias artificiales. Pero ¿por qué un cuerpo físico?

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¿Por qué la inteligencia artificial necesitaría un cuerpo?

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En la psicología existe un concepto llamado «teoría de la mente». Es la comprensión de que las demás personas tienen su propia forma de pensar y ven el mundo de manera diferente. Por ello, cuando alguien habla de sus experiencias se aprecia lo que relatan desde su perspectiva y se obtiene un significado desde la perspectiva propia.

Actualmente, cuando uno se comunica con un sistema computacional solo se pretende tener una conversación. En realidad, estas no son conversaciones sino procesamiento de guiones. Para que realmente exista una interacción social, se necesitaría una conversación fluida. En esta conversación, la inteligencia artificial debería recordar a la persona, sus aspiraciones, creencias e intenciones de sus palabras.

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Para que una IA logre todo lo anterior se requiere que las partes involucradas tengan un sentido de sí mismas. Aquí es donde la necesidad de un cuerpo físico toma importancia. Pues para poder entender a alguien más, se requiere conocimiento de sí mismo, es decir, una perspectiva subjetiva. Y esta subjetividad debe incluir puntos de vista, una conciencia del propio espacio y el conocimiento de las propias habilidades.

Esto significa que para poder tener un sentido de sí mismo, la inteligencia artificial necesita un cuerpo físico. Solo por medio de un cuerpo podrá producir experiencias concretas; y solo con estas experiencias podrá generar empatía con los humanos, al entender las diferencias entre personas. En la investigación, Mark Lee afirma:

¿Cómo podría una caja de software tener un punto de vista subjetivo de, y en, el mundo físico, el mundo en el que habitan los humanos? Nuestros sistemas de conversación no solo deben estar integrados, sino encarnados.

Aprendizaje subjetivo

Esto se debe acompañar con diseño que apoye el aprendizaje desde perspectivas subjetivas. Para lograrlo, nos debemos basar en nuestros propios procesos de aprendizaje. Cuando somos niños presentamos un progreso de desarrollo muy grande y rápido. En esta etapa, aprendemos a controlar los cuerpos, a percibir objetos y ambientes. También aprendemos a interactuar y a aprender sobre las consecuencias de nuestros actos.

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Claro que esta perspectiva no es aceptada por toda la comunidad del mundo informático sin más, pues precisamente mucho se ha aducido sobre la complejidad de simular el cerebro y la mente humana. No obstante, es una propuesta que no deja de ser interesante.

Si la inteligencia artificial y la robótica se desarrollara de la misma manera, podrían aprender como niños. Esto significaría que todo el proceso de aprendizaje sería orgánico, progresivo y subjetivo. Así podrían empezar a generar interacciones gradualmente más complejas que les ayuden a crear interacciones sociales más empáticas con los humanos.

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